Clave de la invasión a Normandía

POR ALLAN A. MICHIE

DESDE el ensayo de 1942 en Dieppe, los alemanes venían jactándose de la desastrosa acogida que esperaba a las fuerzas invasoras aliadas. Sin embargo, el día 6 de junio de 1944 arribaron a las costas de Normandía unas 6 000 embarcaciones aliadas que empezaron a desembarcar soldados antes que los alemanes se enterasen de su llegada. A la hora crítica, los alemanes fueron víctimas del más formidable ardid de la guerra: una invasión simulada que engañó a sus operadores de radar, haciéndoles creer que los aliados estaban invadiendo el Paso de Calais, distante unos 320 kilómnetros de las playas donde la verdadera invasión tenía lugar.

   Esta treta insuperablemente ingeniosa del Día D fué el episodio culminante de la guerra en el éter, de la gran batalla secreta de radio que, a la par con sus diarios combates, riñeron durante cuatro años las fuerzas aéreas aliadas y la Luftwaffe germánica.

   Esa batalla oculta dió por resultado la decisiva victoria anglonorteamericana, evitó a los aliados desastrosas pérdidas de aviones, les permitió mantener su bien ganada supremacía en el aire, y acabó abriendo el camino para el asalto general de Alemania.

   La tremenda rapidez de los combates aéreos en la segunda guerra mundial hizo depender a ambos beligerantes del radioteléfono y las comunicaciones inalámbricas para reunir y guiar las inmensas flotas de aviones de bombardeo, así como los aeroplanos de combate que habían de interceptar el paso a los bombarderos enemigos. Por otra parte, el principal punto de apoyo de la defensa antiaérea, tanto británica como alemana, era el radar, el “ojo” de la radio que descubre los aviones enemigos e indica su posición exacta. Es natural, por consiguiente. que el objetivo de la guerra en el éter consistiese en desbarajustar las comunicaciones y los descubrimientos de los aparatos de radar del adversario.

   Las llamadas contramedidas de radio, designadas en el lenguaje oficial con la sigla R. C. M. (Radio Countermeasures) se iniciaron calladamente en el otoño de 1940, cuando los bombarderos de Goering comenzaron sus ataques nocturnos a las ciudades británicas. Las dotaciones de los bombarderos alemanes volaban hacia sus blancos siguiendo la dirección de angostos rayos radiados procedentes de bases situadas en Bélgica y Francia, e interceptados a veces por otros rayos emitidos desde Holanda y Noruega, que les daban la señal de que iban aproximándose al objetivo.

   Los británicos decidieron entonces trastornar estas señales. Las ondas de radio tienden a marchar en línea recta, pero muchas causas naturales las desvían ligeramente. Los peritos de las R. C. M. se propusieron aprovechar esta circunstancia, reproduciendo y exagerando aquellas desviaciones naturales. Como los alemanes emitían muchas veces los rayos horas antes de iniciarse el ataque aéreo, los operadores británicos disponían de tiempo suficiente para dar con ellos y duplicarlos. Fué así como consiguieron retransmitir los rayos y torcerlos gradualmente hasta alejarlos de la ciudad que iba a ser bombardeada. Una desviación de dos grados bastaba para torcer casi 14 kilómetros el curso del avión en un recorrido de 400 kilómetros.

   Estas desviaciones fueron relativamente ineficaces para proteger a la desparramada ciudad de Londres y otras situadas en la costa. Pero cuando la incursión iba dirigida contra poblaciones más pequeñas situadas en el interior, los rayos “torcidos” hicieron que la Luftwaffe dejase caer muchas veces la carga de sus bombarderos en pleno campo. El mayor éxito de los rayos “torcidos” se consiguió una noche en que 200 bombarderos dejaron caer 400 bombas, cuyas consecuencias fueron solamente... dos gallinas muertas.

   Una vez que los alemanes se dieron cuenta de lo que ocurria y abandonaron el sistema de rayos radiados sustituyéndolo con instrucciones inalámbricas emitidas desde bases terrestres, los ingleses añadieron una estratagema nueva a la guerra del éter. Cuando un navegante alemán pedía orientación inalámbrica para determinar la posición de su bombardero, los ingleses que operaban en las frecuencias de la Luftwaffe cortaban la comunicación y daban orientaciones falsas. La nueva estratagema hizo que los pilotos alemanes se encontrasen con frecuencia irremisiblemente despistados, volando en círculos hasta la llegada del día para aterrizar en el sur de Inglaterra, creyendo que lo hacían en Francia.

   Fueron los alemanes quienes se apuntaron el primer éxito en las interferencias de radar. Cierto día de febrero de 1942, los acorazados germánicos “Sharnhorst”, “Gneisenau” y “Prince Eugen” salieron furtivamente del puerto de Brest e hicieron rumbo al Canal de la Mancha. Los peritos que estaban a cargo de las estaciones de radar de la costa británica observaron una perturbación ligera, cuya intensidad fué aumentada casi imperceptiblemente. Cuando la lotilla germana llegó al estrecho de Dover, la interferencia era continua e impedía a los controladores británicos de tierra ver y dirigir sus propios barcos y aviones. Los acorazados completaron su paseo por el canal sin que fueran molestados en lo más mínimo.

   Aproximadamente por aquel tiempo los ingleses descubrieron que el radar enemigo estaba sujeto a interferencias. Las dotaciones de los bombarderos de la Real Fuerza Aérea informaron al regresar de sus misiones que tales interferencias ocurrían a veces cuando ellos ponían en marcha el I. F. F. (estas siglas de Identification Fried of Foe ―identificación de amigo o adversario― son el nombre de un radio transmisor aéreo que al operar da automáticamente una señal convenida que identifica los aviones propios). Según las informaciones, ocurría a menudo que cuando funcionaba el I. F. F., los proyectores del enemigo dirigidos por radar se apagaban o cambiaban de dirección. Un examen de las instalaciones alemanas de radar, hecho en atrevida incursión de comandos y tropas llevadas en avión, confirmó el informe de que algunos aparatos I. F. F. causaban trastornos accidentales del radar alemán. Inmediatamente se dotó a los I. F. F. con mecanismos de interferencia más eficaces y cuya actuación no dependia del azar. Por añadidura, emisoras de alta potencia instaladas en la costa meridional de Inglaterra empezaron a trabucar las alarmas dadas por el radar enemigo. Al mismo tiempo que esta interferencia del radar, la Real Fuerza Aérea comenzó a perturbar las comunicaciones radiotelefónicas e inalámbricas entre tierra y aire que eran vitales para la Luftwaffe.

   Nunca había un instante de calma en la guerra del éter. Una vey iniciada la campaña de las contramedidas de radio, la caza de escalas de longitud de onda se sucedió noche tras noche. Los alemanes daban vueltas más vueltas para buscar longitudes libres de interferencia y los ingleses les iban sin descanso a la zaga para impedírselo. En su rebusca incesante de nuevas longitudes de onda, los alemanes modificaban o reemplazaban con frecuencia sus equipos de radar y comunicaciones. Pero casi tan pronto como las nuevas instalaciones empezaban a funcionar, los ingleses hacían uso de otros inventos para contrarrestarlas.

   Uno de estos inventos, que se perfeccionó tras de vencer dificultades técnicas casi insuperables, fué un mecanismo perturbador lo bastante ligero para poder instalarlo en aviones de interferencia. El mecanismo era ingenioso. Un receptor buscaba automáticamente las longitudes de onda, y tan pronto se descubrían señales de alguna de ellas, aparecía un puntito en la pantalla. El operador sólo tenía que comprobar el origen de la señal e imprimir un movimiento vibratorio al transmisor, lo cual enviaba una nota ondulante por la onda del enemigo, impidiendo toda conversación.

   Este mecanismo de perturbación, que recibió el nombre convencional de “Cigarro aéreo”, tuvo tanto éxito que los alemanes se vieron obligados a hacer uso de un transmisor de alta potencia para dar intrucciones radiotelefónicas a sus aviones de combate nocturno. La Real Fuerza Aérea instaló entonces una emisora de gran potencia que funcionaba en la misma frecuencia, y los controladores alemanes de tierra empezaron a oír “voces fantasmas” que imitaban las suya dando instrucciones contrarias e informaciones erróneas a los aviones alemanes de combate nocturno. Los “fantasmas” no sólo hablaban el alemán popular, sino que copiaban perfectamente las inflexiones de los controladores alemanes.

   Esta técnica, que se llamaba “Operación Corona”, se utilizó por vez primera durante la noche del 22 al 23 de octubre de 1945, cuando los bombarderos de la Real Fuerza Aérea atacaron duramente a Cassel. Mientras tenía lugar el ataque, los alemanes se dieron cuenta de que ocurría algo anormal, y varios monitores de radio de la Real Fuerza Aérea oyeron que un controlador alemán decía a sus pilotos gue “tuvieran cuidado con otras voces”, y les advertía “que no se dejasen extraviar por el enemigo”. Tras un violento estallido de indignación del alemán, la voz “fantasma” dijo: “Ahora está echando maldiciones el inglés”. La observación enfureció aún más al controlador alemán, que rugió: “No es el inglés quien está echando maldiciones. ¡Soy yo!” Hacia el final del ataque, los pilotos alemanes estaban tan confundidos que se insultaban unos a otros.

   Los peritos de las contramedidas de radio previeron que los alemanes tratarían repentinamente de burlar la “voz fantasma” poniendo a una mujer al micrófono. En consecuencia, adiestraron a tres WAAF (mujeres auxiliares de la Fuerza Aérea) que hablaban el alemán y las tuvieron en reserva para cuando surgiese la eventualidad. Efectivamente, alrededor de una semana después los alemanes utilizaron la voz de una locutora... a la cual imitó en seguida una de las WAAF dejando a los pilotos de la Luftwaffe tan desorientados como antes.

   Una de las contramedidas de radio más efectivas y espectaculares fué la que recibió el nombre de “ventana” y la cual consistía en el uso de tiras delgadas de aluminio para confundir a los operadores alemanes de radar. Los expertos ingleses descubrieron que la caída de cierto número de tiras de aluminio que estuvieran muy próximas entre sí, pero sin llegar a tocarse, simulaba la repercusión de un aeroplano en la pantalla del indicador enemigo. Si se dejaban caer bastantes tiras a intervalos, Oscurecerían la pantalla o producirían tantos “ecos” falsos que los operadores de radar no podrían identificar los “ecos” reales causados por los aviones.

   La “ventana” hizo su aparición inicial en el primero de los cuatro grandes bombardeos aéreos que causaron la casi total destrucción de Hamburgo en la última semana de julio de 1943. Cada uno de los 791 bombarderos que tomaron parte en el ataque de aquella noche dejó caer un haz de 2 000 tiras por minuto a lo largo de una determinada ruta en dirección al blanco. Suponiendo que cada haz produjera un “eco” de 15 minutos, el número total de “ecos” producidos en las pantallas enemigas de radar durante el ataque equivalía al que hubieran causado 12 500 aviones.

   El efecto causado en las defensas alemanas fué inmediato y devastador. Las dotaciones de los bombarderos informaron que los reflectores dirigidos por radar vagaban sin dirección por el cielo, mientras que el fuego antiaéreo dirigido por instalaciones terrestres de radar, en vez de ser efectivo y certero como se esperaba, resultó una cortina de metralla disparada al azar hacia los múltiples “ecos”. Los aviones alemanes de combate nocturno que dependían del radar terrestre para la dirección general y del radar aéreo para la intercepción final, se encontraron imposibilitados para actuar con eficacia. Los 12 bombarderos de la Real Fuerza Aérea que se perdieron aquella noche representaban menos del uno y medio por ciento de los que tomaron parte en la operación, y fueron alcanzados casualmente por disparos hechos a la ventura.

   Anulada así en gran parte su dirección de radar, los aviones de combate nocturno de la Luftwaffe hubieron de recurrir al sistema anticuado de intercepciones aisladas, guiados en parte por observadores de tierra que localizaban a los bombarderos sirviéndose de los ojos y el oído, y auxiliados por la luz de linternas y reflectores, combinándolos con localizadores de sonido. Esta defensa era rudimentaria comparada con el sistema corriente antes del empleo de la “ventana”, y sus puntos débiles permitieron al jefe del Aire, mariscal Harris, empezar el bombardeo del blanco más importante de la guerra: Berlín.

   En la primavera de 1944, los alemanes estaban tan enloquecidos por la ofensiva anglonorteamericana de interferencias, que los controladores de sus aviones de combate enviaban simultáneamente mensajes en 20 distintas longitudes de onda, con la esperanza de que por menos se oyera una de ellas.

   Los que iniciaron y sostuvieron la campaña de contramedidas o radio, vieron recompensados todos sus esfuerzos en las horas críticas inmediatamente anteriores a la hora H del Día D.

   Aun cuando los ataques preliminares habían reducido seriamente la eficiencia del sistema alemán de radar instalado en la costa, más de 100 estaciones conocidas seguían funcionando entre Cherburgo y el Scheldt la víspera de la invasión. Para asegurar el éxito de los desembarcos aliados, era esencial que aquellos observadores de radar fuesen cegados o engañados. En el área de la invasión había que cegarlos, porque el éxito inicial de aquélla dependía en gran parte del factor sorpresa. En otras zonas era necesario hacer que los observadotes viesen cosas indicadoras de que la invasión venía por allí.

   Para alcanzar ambos fines, los peritos de las contramedidas idearon y ensayaron un complicado sistema de engaño que constaba de cinco operaciones, a las que se dieron los siguientes nombres convencionales: “Gravable", “Vislumbre”, “Escuadrilla A. B. C.”, “Titánico” y “Taladro”. Durante la noche del 5 al 6 de junio, mientras la verdadera flota de invasión cruzaba el Canal de la Mancha haciendo rumbo a la península de Cherburgo, las cinco operaciones del engaño se ponían simultáneamente en ejecución.

   Los alemanes estaban convencidos de que los aliados intentarían desembarcar al norte de El Havre, probablemente en el Paso de Calais, y el éxito de la operación simulada dependía de aquella convicción. Formando parte de la operación “Gravable”, dieciocho barcos pequeños de la Real Armada avanzaron a una velocidad de siete nudos hacia el cabo de Antifer, situado inmediatamente al norte de El Havre, para dar la impresión de un intento de desembarco en aquella parte de la costa francesa. Cada uno de los barcos remolcaba varios globos a vuelo bajo que producían “eco de grandes buques”. Para impedir que los observadores del radar de la costa pudieran apreciar lo limitada que era aquella fuerza, doce aeronaves que volaban a poca altura sobre los barcos dejaron caer cada cual un haz de tiras de aluminio con intervalos de un minuto, para dar la sensación de un gran convoy que marchaba lentamente hacia Francia. Cada avión llevaba un perturbador a toda marcha para evitar que el radar alemán reconociera la treta de la “ventana”. Era necesario sincronizar cuidadosamente los ruidos y ajustarse con la mayor precisión al plan trazado; los aviones volaron continuamente durante tres horas y media en la misma órbita sobre una zona de 20 por 12 kilómetros.

   Simultáneamente, la operación “Vislumbre” hacía otra marcha semejante con rumbo a Boulogne, y veintinueve aviones Lancaster ―“La Escuadrilla A. B. C.”― recorrían la zona entre ambas fuerzas invasoras simuladas, yendo y viniendo de una a otra durante cuatro horas a corta distancia de la costa enemiga, para distraer a los aviones alemanes de combate nocturno de las verdaderas zonas de desembarco. Los veintinueve bombarderos Lancaster trastornaban sin descanso el radar enemigo con nada menos que ochenta y dos perturbadores aéreos. Otra razón de segundo orden para la operación “A. B. C.” era la esperanza de que los alemanes tomasen a los aeroplanos de la escuadrilla por la fuerza aérea superior que protegía la invasión simulada por las operaciones “Gravable” y “Vislumbre”.

   Al mismo tiempo se iba levando a cabo la operación “Titánico” destinada a atraer la atención de los alemanes hacia otra parte mientras descendían sobre Normandía las verdaderas tropas transportadas por aire. Exactamente unos momentos antes que empezaran estos descensos reales, cierto reducido número de aviones de la Real Fuerza Aérea voló sobre El Havre, dejando caer algunas docenas de paracaidistas de madera que fueron a aterrizar en las cercanías de Fecamn. En el mismo instante, otros aeroplanos lanzaban tropas simuladas sobre la península situada detrás de Cherburgo, en el flanco derecho de los verdaderos aterrizajes de tropas. También se dejó caer mucha “ventana” para dar a los hostigados operadores enemigos de radar la impresión de que el ataque de los falsos paracaidistas era veinte veces más fuerte que en la realidad.

   Entretanto, la verdadera flota de invasión estaba oculta tras las operaciones de interferencia de radio más intensas que se habían hecho hasta entonces. Veinticuatro bombarderos de la Real Fuerza Aérea y la fuerza aérea de los Estados Unidos pasaban y repasaban a 5 500 metros de altura y a lo largo de una línea que distaba unos 80 kilómetros de la costa enemiga, con lo cual causaron durante varias horas desorden y confusión en las estaciones alemanas de radar situadas en la península de Cherburgo. Esta cortina no sólo ocultaba a los bombarderos aliados que acudían al ataque de las defensas costeras, sino también a los numerosos transportes aéreos de tropas y planeadores que tomaban parte en la invasión por la vía del aire: además impedía que el enemigo descubriese la verdadera flota invasora. Cuando los buques llegaron a la distancia convenida se unieron a la tormenta de interferencia.

   Toda la engañosa maquinación funcionó a maravilla. Los alemanes creyeron que la operación “Vislumbre” que se aproximaba a Boulogne era una amenaza efectiva y dirigieron contra ella cañones y reflectores disponibles. Los submarinos salieron a toda prisa para cerrar el paso al que creían poderoso convoy. La mayor parte de los aviones alemanes de combate nocturno que estaban disponibles fueron enviadosa luchar con los aeroplanos de la “Escuadrilla A. B. C.”, en la creencia de que estaban protegiendo a la flota invasora. Esta escuadrilla dió lugar a la mayor distracción de fuerzas enemigas, alejándolas de la zona de Normandía, donde operaban los vulnerables aviones y planeadores de transportes de tropas. También la falsa operación aérea “Titánico” puso en inmediata actividad al enemigo. Mientras los alemanes corrían a cercar a los paracaidistas de madera, las fuerzas de la verdadera invasión aérea pudieron consolidar los flancos Este y Oeste de las playas de desembarco. La combinación de interferencias de aviones y buques puso a los alemanes en tal estado de confusión que los monitores inalámbricos aliados oyeron a los localizadores enemigos de radar identificar la “Escuadrilla A. B. C.” como la vanguardia de una gran fuerza de bombarderos que se dirigía en esos momentos a París.

   El objetivo de las cinco operaciones se logró plenamente. Sólo cuando los cañones navales aliados iniciaron el bombardeo preliminar a las cinco y treinta de la mañana, supieron los alemanes cuándo y dónde se estaba consumando la invasión.